domingo, 18 de octubre de 2009

Hipócritas

-¡Tanto tiempo sin verte!
Cada día estás peor, suerte que nunca logro soñar contigo de nuevo.
-¡Lo sé! ¡Déjame abrazarte, por favor!
Es simplemente un gesto, los abrazos no me repugnan tanto ya, aunque contigo, el asco está presente.
-¡Por supuesto, querida! ¡Extrañé tanto estar contigo!
Si hay algo que no extrañé es precisamente esto.
-¿Cómo estás, tanto tiempo? ¿Qué fue de tu vida?
Como si me importara, bien podrías haber muerto y no me importaría.
-¡Todo va de maravilla! Mi trabajo, mi esposa, mis hijos, ¡todo!
Supongo que ya te habrás dado cuenta que desde que te fuiste, todo ha ido para bien, ¿verdad?
-¡Me alegra tanto oír eso!
Más me alegraría saber que estás pagando por todo lo que me hiciste. Ay, cuándo te hará pagar el destino.
-¿Y a ti, cómo te esta yendo?
Ja, seguro tu vida es asquerosamente patética como de costumbre.
-¡De maravilla también! Me compré una nueva casa hace un mes y mi esposo y yo recién hemos vuelto de nuestra luna de miel.
¿Ves que puedo existir sin ti? De hecho, el éxito en mi vida llega a existir sólo en tu ausencia.
-Me alegro tanto, ¡de veras!
No te creo, ¿cómo puedes ser feliz después de haberte casado con ese imbécil?
-¡Extrañaba tanto verte!
Estúpida, estúpida, estúpida, ¿cómo voy a decir eso? ¿Qué hago ahora si se lo toma tan en serio como yo lo dije?
-Si, también yo.
Estúpido juego en el que me estoy metiendo…
-Sabes… nadie podría tomar tu lugar.
¡Muy bien! Ahora ya arruinaste todo.
-¿Lo dices en serio?
Cree que puede tomarme por idiota, ver si caigo en sus tontas trampas.
-Por supuesto.
Estoy perdida, ¿qué se supone que estoy haciendo?
-¿Puedo…? ¿Podría…?
¿Cómo voy a hacer esto? No quiero volver a quedar atrapado en ella. Ella sigue siendo tal cual la recuerdo. Tan increíblemente cautivadora.
-¿Si puedes qué?
¿Por qué se acerca de esa manera a mi? No voy a caer en sus juegos de nuevo. Es una criatura tan detestable cuando se lo propone.
-Nada, olvídalo.
Terminemos con esto de una vez, no voy a ponerme en riesgo sólo para una prueba.
-Eres un idiota, tan estúpido como siempre. Nunca crecerás, ¿verdad?
Nunca crecerá pero aun así logre enamorarme de él y no poder olvidarlo.
-Y tú tan tonta como te recuerdo. ¿Quién te crees que eres para decirme inmaduro a mí? Siempre fuiste una chiquilina…
Una chiquilina encantadora, ¿cómo pude alejarme de ti?
-Vete al diablo. Sabía que era un error volver a verte. A ti y a tu estúpida e incorregible actitud.
Claro que fue un error, ahora no voy a poder dejar de pensar en ti.
-Tú vete al diablo, chiquilla tonta, nunca entiendes nada.
Y aun así te quiero. ¿Cómo puedes no darte cuenta de cuánto te quiero?
-¿Por qué no simplemente te mueres?
Sabes que no deseo eso. Sabes que quisiera que vivieras y además, que estuvieras conmigo. No puedo olvidarte. Nunca pude.
-¿Ves? Todavía queriendo ofenderme con idioteces. No tienes caso.
Ojalá nunca cambies, amo cuando haces esta clase de berrinches. Pero odio cuando después de ellos, te alejas de mí.
-Muérete, me marcho.
Otra vez caminando lejos de ti, alejándome del lugar donde quiero estar.
-Púdrete. Ojala nunca volviese a verte.
Sabes que te amo, ¿no es así? No sé por qué siempre nos comportamos como dos idiotas.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Luz

Era yo el único ser en ese puente. O al menos los restos de mi ser que por algún motivo permanecían de pie sobre las oscuras tablas de madera. La luna teñía con una tenue luz plateada el agua del río, como si ella también estuviera taciturna y me acompañara en mi tristeza. Ambas nos desvanecíamos poco a poco y proyectábamos la agonía hacia el mismo lugar.
Me detuve a verla. A pesar de sentir los ojos cansados y a la vez, tenerlos cubiertos con una gruesa capa de lágrimas, logró encantarme de todas maneras y hacerme sonreír. Su luz iluminaba mi piel y la tornaba aún más pálida de lo que ya era. Al sentirme bajo su poder hipnótico, el dolor que sentía en todo mi cuerpo desde hacía horas cesó y empecé a moverme al ritmo de la música que sonaba a mí alrededor. La música que producen las aguas del río en una noche tan oscura y ventosa era mi preferida.
Giraba, volaba, me inclinaba ante la imponencia del cielo nocturno y le agradecía por este momento de felicidad que en cualquier momento terminaría. No se por qué esa felicidad que te invade de la cabeza a los pies es siempre tan fugaz. Tan rápido como llega, se va, pero no por eso deja de ser maravilloso el momento en el que el dolor desaparece. Continué moviendo mi cuerpo y mi ligero vestido de seda blanca al compás del viento y la música de las aguas hasta que de un momento a otro, la etérea música fue interrumpida.
- Lo siento- dijo su voz.
Volvió el dolor. Las millones de puñaladas sobre todo mi cuerpo, la espantosa forma de retorcerse mis órganos como si quisieran encogerse hasta desaparecer, la falta total de aire en mis pulmones, acompañada por mi repentina falta de ganas de respirar. Una voraz ráfaga ardiente me recorrió desde el pecho hasta la garganta asfixiándome, sacándome la fuerza de cada uno de mis músculos y despojándome de mi capacidad de pensar. Me dejé caer en el negro abismo que de un momento a otro absorbió las estrellas, la luna, el puente y el río y que logró que sólo quedara yo en el vacío contemplando la oscuridad que me aturdía despiadadamente. Seguí mirando el desolado paisaje negro en silencio, acostumbrándome al sufrimiento pero a la vez, tratando de luchar contra él.
Esas cosas son instintivas. Seguía sin querer respirar pero mi cuerpo buscaba aire a toda costa. Y de cierta forma, estaba ganando la batalla, aunque yo no colaborara en absoluto. ¡Cuánto pueden diferir la voluntad de mi propio cuerpo y de mi propia alma!
Mi respiración poco a poco se normalizó y todas las cosas, con sus respectivos colores, volvieron a su lugar. El viento frío chocó contra mi cuerpo causándome escalofríos, que resultaron ser bastante agradables, más aún después de haberme sentido comida viva por llamas salidas del mismo infierno hacía instantes.
Me levanté del piso, me peiné rápidamente con los dedos y respiré hondo unas cuantas veces hasta sentirme mejor. Al menos ese terrible shock había logrado cortar mi incesante llanto de hacía horas. Creo que en realidad eso fue lo único bueno de aquella apabullante oscuridad con gusto a fuego y agonía.
Me aterraba volver a pensar en su voz. El shock había sido demasiado grande. Volver a escuchar sus últimas palabras antes de irse con ella, alguien que, como por arte de magia, apareció y como si lo hubiera hechizado, se quedó con el amor de mi vida. Y para peor tuvo el descaro de decirme que lo sentía… como si dos simples palabras pudieran arreglar el dolor de un corazón que acababa de estallar en miles de pedazos. Como si dos palabras pudieran tranquilizarme después de verlos irse juntos y presuntamente enamorados. No tenía sentido y no podía comprender cómo podía tener sentido para él o para cualquier otra persona. Simplemente no me entraba en la cabeza.
Me sequé las lágrimas y volví a pensar la situación lo más fríamente posible. Tratando de reemplazar las imágenes con puras palabras que describieran el escenario y los actores, y las palabras pronunciadas por él, visualizarlas como si sólo fueran líneas escritas en un papel. Era despojar a la escena de cualquier tipo de carga emotiva que pueda hacerme tomar malas decisiones o pensar cosas totalmente ilógicas. Aunque después caí en la cuenta que ilógico era querer pensar al amor de forma lógica.
Traté de recordar cada una de sus palabras y estas seguían sin cobrar ningún sentido. No lo sentía, no estaba pidiendo perdón sinceramente. Las palabras no sirven sin acciones que las apoyen y sirven menos aún cuando no sólo no las apoyan, sino que van totalmente en contra. ¿Acaso caminar alejándose de mí, tomados de la mano, sonrientes, era una forma de demostrar perdón?
Tal vez sólo quisiera irse con ella porque así lo dispuso el destino desde el principio. ¡Qué cruel puede ser el destino! Logró hacerme creer tan bien por tanto tiempo que por fin había llegado a mi lugar. Pero, claro, ahora que pareciera que él llegó al suyo, asumo que yo era la que estaba equivocada. Si el final de mi camino hubiera sido con él, su lugar no sería tan lejos del mío y no me hubiera destruido más y más con cada paso dirigiéndose hacia él.
Tal vez sólo soy yo que no comprendo al destino y que me encapricho en llegar a algún lugar que no estaba hecho para mí. Si tan solo no hubiera mantenido esa creencia por tanto tiempo…
Volvía a estar perdida, sola y con el corazón completamente deshecho, el cual, para aquel momento, ya se había vuelto una especie de masa amorfa que se seguía extinguiendo de a poco. Lentamente. Demostrándome como las esperanzas se consumían y, al mismo tiempo, mi vida. Todo por un estúpido giro del destino…
- ¿Entonces a dónde se supone que tengo que llegar?- pensé.
Otra vez la misma pregunta. Otra noche más sin tener una respuesta.
Me senté en el borde el puente mirando hacia el agua, como si quisiera sumergirme hasta lo más hondo con la mirada. Me tiré y floté mirando hacia el cielo.
La luna había recuperado su luz plateada de siempre aunque esta vez con mucha más luz, como si de una extrema tristeza hubiera pasado a llenarse de júbilo. A su vez, las estrellas también parecían brillar más, incluso parecían alineadas de otra manera, como si yo las hubiera acabado de acomodar. El viento arremolinó el agua entorno mío y la felicidad incontenible e invasiva volvió a recorrerme. Una lluvia plateada en una noche sin nubes empezó a caer y a rodearme.
Fue en ese momento en el cual comprendí todo. Todas las vueltas me habían llevado a ese lugar. A donde quería estar yo realmente. No sólo esta noche, sino para siempre. A donde estaba destinada a estar. A lo que estaba destinada a ser.
Me sumergí lo más profundo que pude y dejé que el agua me llenara. Mis pulmones parecían consumirse entre llamas nuevamente pero esta vez no sentía dolor. Volvieron la asfixia y las puñaladas por doquier mientras mi cuerpo convulsionaba violentamente y sin embargo, me sentía feliz. Por fin había encontrado mi lugar, a donde debía llegar, en el momento preciso en el cual debía llegar. Volviéndome incorpórea, siendo luz y niebla al mismo tiempo. Abandonando mi cuerpo y tomando mi verdadera forma.
¡Cómo pude alguna vez dudar del destino!