martes, 7 de diciembre de 2010

Paranoia

Suena el teléfono. Uh, que el pesado o pesada que me esté llamando espere o me llame en otro momento. Pero es él. Y quiero atenderlo. ¿Quiero? No, mejor que sufra un poco, se lo tiene un poco merecido creo. Al fin y al cabo siempre salta con algún tema que me va a hacer sentir mal. Que viste que copada que es Martina, que viste que buena onda es Cecilia. Sísí, re buena onda… ¿pero cómo no se da cuenta que al lado de Martinita o Cecilita yo me siento la más boluda de todas? Dios mío, flaco, si te caben tanto, ¿por qué estás con alguien como yo? ¿Estás conmigo porque ellas no te dan bola o qué? Silencio. Ah, genial, silencio. ¡Qué boluda que soy! Lo dejé sonar sin parar y no le contesté. Bueno, ahora cuando me llame de nuevo, obvio que lo atiendo. Silencio. ¿No me va a llamar de nuevo? Claro, ya debe haber encontrado alguna otra distracción…

La luz del sol golpea mi cara y me saca el sueño. Dormí alrededor de 12 horas. Me sorprende que recién el sol vespertino me haya podido despertar. Aunque no tenga sueño, no quiero levantarme a hacer nada. Abro la heladera y saco una botella de agua. Si él me llama esta noche, tengo que verme bien. Me tiro al piso y busco formas en mi blanco cielo raso. Pasan minutos. Pasan horas. Al caer el sol, mis piernas desnudas se enfrían, así que corro a buscar un pantalón. Dentro del bolsillo, vibra mi teléfono. Quiero atenderlo. Debo atenderlo. Ah, ¿Querés verme ahora? Ah, ¿anoche te quedaste sin batería y por eso no me volviste a llamar y no es que te encontraste con otra? Pero… ¿y querés verme ahora? No debería… pero tengo tantas ganas de verte. Me pongo un pantalón, una campera, me perfumo, me peino y me maquillo un poco. No quiero perder mucho tiempo, quiero correr ya a verlo.

Y me recibís con un “Che pero ¿no tenés otra ropa? Siempre lo mismo vos”. Capaz que tendrías que irte con Cecilia o con Martina, ¿no? Tanta ropa distinta y yo con lo mismo, tantas horas de gimnasia y cuerpos geniales y yo… siempre lo mismo, lo promedio o menos. Tanta gracia, tantos chistes y yo… bueno, mejor la corto. Al notar mi mala reacción, me tocás el mentón y lo acaricias, me sonreís y me decís “che, te estaba jodiendo”. ¿Cómo puedo resistirme a eso? Sinceramente, creo que lo hacés a propósito…

Caminamos. Si no hablo yo de giladas, te quedás callado. Y cuando me animo a mirarte, siempre estás dirigiendo la vista a alguna minita con un amplio escote o una minifalda. Así que mejor entierro la mirada en el piso de nuevo. Lo dejo pasar pero idiota no soy. ¿Por qué carajo seguís conmigo? ¿Será porque te das cuenta que estoy atrapada en vos y lo aprovechás?

Llegamos a tu departamento. De nuevo. Tu compañero nos saluda y te dice que Martina te buscaba y que decía que quería hablar con vos. Y le decís que vas a hablar con ella después. Che gracias chicos por mantener esa conversación frente mío. No, en serio, fuera de todo sarcasmo, gracias. Ahora voy confirmando que mis sospechas no eran pura paranoia. Ya creo que no quiero saber más nada…

Con un sabor amargo entro a tu cuarto sabiendo que ya no voy a querer volver a entrar ahí. Ni siquiera me contás qué onda vos y Martina. Nada. Sólo empezás a besarme, abrazarme, tocarme y a sugerir que hagamos lo de siempre. ¿Y por qué no? Si al fin y al cabo, tenemos una notable química en eso. Y otra vez hacemos lo mismo. Y me encanta, porque cuando estoy con vos, me olvido de todo lo que me hacés sufrir y disfruto de todo lo que te amo. Como si sólo te amara, como si no te detestara ni un poco.

Pero apenas terminamos caigo en la realidad. Esta fue nuestra última vez. Esta vez voy a cumplir con mi palabra. No puedo seguir más así.

Y me sonreís de nuevo. Y me decís que me amás. Y me mirás de esa forma irresistible. Y en el medio de mi tilde causado por tu encanto, me tirás “vos ahora te tenías que ir, ¿no?”. Supongo que sí. Que me tengo que ir. Que tengo que dejar la cama libre para Martina, ¿no? ¿Por qué mierda intentás convencerme de que me amás? No te entiendo.

Así que me levanto y me voy. Me acompañás a la parada del bondi. Quiero irme de una vez. Quiero que te vayas. Desde hace un rato sé lo que va a pasar y me estuve tragando la amargura y el llanto que no se terminó de crear debido a la apresurada aceptación. No quiero seguir más con esto.

Así que viene el colectivo. Terminás de decir todas esas cosas geniales que decís siempre y me hacen reír y me besás más tiernamente que nunca y me decís muchas veces que me amás. Y no te puedo creer. No te creo.

Otra noche tirada en el piso con remera y ropa interior mirando el techo como esperando encontrar una respuesta. Paso el tiempo tomando agua mientras escucho de nuevo la vibración del celular. Otro mensaje preguntando por mi paradero. Otro mensaje que no voy a contestar. Te hacés el desentendido y por ahora no mencionaste a Martina ni una sola vez. Ya lo decidí. No me vas a controlar más. Dudé un par de veces sobre lo que estoy haciendo. Pensé en lo poco que te ví seguir a Martina. En todo lo que compartimos. En lo mucho que dicen que me querés. Pero no me permito flaquear. No aguanto más. No puedo…

Dejo el teléfono entre sábanas y frazadas para no escucharlo y vuelvo a mirar al techo. Y lo dejo que suene y que suene y que siga sonando. Total en un momento, ya no me vas a llamar más.

1 comentario:

  1. lo lei todo, y confieso que deje caer un par de lagrimas mientras leia u_u siempre lo mismo!
    me pasa lo mismo que a vos :/ es como si ubieses urgado en mis pensamientos, supongo que no somos las unicas...

    ResponderEliminar