martes, 7 de diciembre de 2010

Paranoia

Suena el teléfono. Uh, que el pesado o pesada que me esté llamando espere o me llame en otro momento. Pero es él. Y quiero atenderlo. ¿Quiero? No, mejor que sufra un poco, se lo tiene un poco merecido creo. Al fin y al cabo siempre salta con algún tema que me va a hacer sentir mal. Que viste que copada que es Martina, que viste que buena onda es Cecilia. Sísí, re buena onda… ¿pero cómo no se da cuenta que al lado de Martinita o Cecilita yo me siento la más boluda de todas? Dios mío, flaco, si te caben tanto, ¿por qué estás con alguien como yo? ¿Estás conmigo porque ellas no te dan bola o qué? Silencio. Ah, genial, silencio. ¡Qué boluda que soy! Lo dejé sonar sin parar y no le contesté. Bueno, ahora cuando me llame de nuevo, obvio que lo atiendo. Silencio. ¿No me va a llamar de nuevo? Claro, ya debe haber encontrado alguna otra distracción…

La luz del sol golpea mi cara y me saca el sueño. Dormí alrededor de 12 horas. Me sorprende que recién el sol vespertino me haya podido despertar. Aunque no tenga sueño, no quiero levantarme a hacer nada. Abro la heladera y saco una botella de agua. Si él me llama esta noche, tengo que verme bien. Me tiro al piso y busco formas en mi blanco cielo raso. Pasan minutos. Pasan horas. Al caer el sol, mis piernas desnudas se enfrían, así que corro a buscar un pantalón. Dentro del bolsillo, vibra mi teléfono. Quiero atenderlo. Debo atenderlo. Ah, ¿Querés verme ahora? Ah, ¿anoche te quedaste sin batería y por eso no me volviste a llamar y no es que te encontraste con otra? Pero… ¿y querés verme ahora? No debería… pero tengo tantas ganas de verte. Me pongo un pantalón, una campera, me perfumo, me peino y me maquillo un poco. No quiero perder mucho tiempo, quiero correr ya a verlo.

Y me recibís con un “Che pero ¿no tenés otra ropa? Siempre lo mismo vos”. Capaz que tendrías que irte con Cecilia o con Martina, ¿no? Tanta ropa distinta y yo con lo mismo, tantas horas de gimnasia y cuerpos geniales y yo… siempre lo mismo, lo promedio o menos. Tanta gracia, tantos chistes y yo… bueno, mejor la corto. Al notar mi mala reacción, me tocás el mentón y lo acaricias, me sonreís y me decís “che, te estaba jodiendo”. ¿Cómo puedo resistirme a eso? Sinceramente, creo que lo hacés a propósito…

Caminamos. Si no hablo yo de giladas, te quedás callado. Y cuando me animo a mirarte, siempre estás dirigiendo la vista a alguna minita con un amplio escote o una minifalda. Así que mejor entierro la mirada en el piso de nuevo. Lo dejo pasar pero idiota no soy. ¿Por qué carajo seguís conmigo? ¿Será porque te das cuenta que estoy atrapada en vos y lo aprovechás?

Llegamos a tu departamento. De nuevo. Tu compañero nos saluda y te dice que Martina te buscaba y que decía que quería hablar con vos. Y le decís que vas a hablar con ella después. Che gracias chicos por mantener esa conversación frente mío. No, en serio, fuera de todo sarcasmo, gracias. Ahora voy confirmando que mis sospechas no eran pura paranoia. Ya creo que no quiero saber más nada…

Con un sabor amargo entro a tu cuarto sabiendo que ya no voy a querer volver a entrar ahí. Ni siquiera me contás qué onda vos y Martina. Nada. Sólo empezás a besarme, abrazarme, tocarme y a sugerir que hagamos lo de siempre. ¿Y por qué no? Si al fin y al cabo, tenemos una notable química en eso. Y otra vez hacemos lo mismo. Y me encanta, porque cuando estoy con vos, me olvido de todo lo que me hacés sufrir y disfruto de todo lo que te amo. Como si sólo te amara, como si no te detestara ni un poco.

Pero apenas terminamos caigo en la realidad. Esta fue nuestra última vez. Esta vez voy a cumplir con mi palabra. No puedo seguir más así.

Y me sonreís de nuevo. Y me decís que me amás. Y me mirás de esa forma irresistible. Y en el medio de mi tilde causado por tu encanto, me tirás “vos ahora te tenías que ir, ¿no?”. Supongo que sí. Que me tengo que ir. Que tengo que dejar la cama libre para Martina, ¿no? ¿Por qué mierda intentás convencerme de que me amás? No te entiendo.

Así que me levanto y me voy. Me acompañás a la parada del bondi. Quiero irme de una vez. Quiero que te vayas. Desde hace un rato sé lo que va a pasar y me estuve tragando la amargura y el llanto que no se terminó de crear debido a la apresurada aceptación. No quiero seguir más con esto.

Así que viene el colectivo. Terminás de decir todas esas cosas geniales que decís siempre y me hacen reír y me besás más tiernamente que nunca y me decís muchas veces que me amás. Y no te puedo creer. No te creo.

Otra noche tirada en el piso con remera y ropa interior mirando el techo como esperando encontrar una respuesta. Paso el tiempo tomando agua mientras escucho de nuevo la vibración del celular. Otro mensaje preguntando por mi paradero. Otro mensaje que no voy a contestar. Te hacés el desentendido y por ahora no mencionaste a Martina ni una sola vez. Ya lo decidí. No me vas a controlar más. Dudé un par de veces sobre lo que estoy haciendo. Pensé en lo poco que te ví seguir a Martina. En todo lo que compartimos. En lo mucho que dicen que me querés. Pero no me permito flaquear. No aguanto más. No puedo…

Dejo el teléfono entre sábanas y frazadas para no escucharlo y vuelvo a mirar al techo. Y lo dejo que suene y que suene y que siga sonando. Total en un momento, ya no me vas a llamar más.

martes, 2 de marzo de 2010

Este es el final.

Este es el final, querida

Esta es tu triste verdad

Este es el fin de tu historia

Escrita al fin en soledad.


Ya todos se cansan de hablar en vano

Ya todos se cansan de esperar

Suspiros y rosas ya llegan

Invitados a tu funeral.


Este es el final, esta es tu noche

Ya nada puede cambiar

El ocaso esta vez fue inminente

Ya sólo les queda llorar


Un llanto ahogado cuestiona

¿Por qué ella perdió tanto tiempo?

Su vida, un bien tan preciado

Así como así fue regado al viento


¿Qué les hace pensar que es preciado?

Susurra el alma ya suelta

La vida sin negros ni blancos

No es más una vida, no mientan.


Lloran y lloran frente a su cadáver

Alguien que aún parece con vida

Los ojos ciegos siguen mirando

Un cuerpo moviéndose sin ninguna herida


¿¡Y es que nadie puede darse cuenta?!

Ella sí tenía una salida

¿¡Cómo no le prestaron atención a tiempo?!

Ahora su alma ya está perdida


No tenía nada por hacer

Sus esperanzas habían muerto

El final que ella esperaba

Sólo era digno de un cuento


No podía salvar nada

Ya no tenía función

Y su único posible salvador

Ignoraba siempre su canción


¿Cómo podía ella seguir viviendo?

¡Ya nada quedaba por hacer!

Y después era su culpa

Darle paso al anochecer


¡Un anochecer que igual vendría!

Es sólo que tardaba en llegar

¿Cómo la pueden culpar

Sólo por intentarse salvar?


¡Dejen ya la insensatez

Que ya nada pueden hacer!

¿No ven que ya es muy tarde?

¿No ven que ya dejó de ser?


Lloran y lloran por última vez

Lamentan todos su pérdida

Pero más que nada lamentan

No haber podido salvarla

Y es que ya nada la calma

Es un alma en pena, la muerta.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Sonrisas

Caminar a tu lado ya era un fastidio. Te seguía mirando, sonriente, como si tus palabras fueran agradables, como si nunca hubieran hecho esa espantosa metamorfosis: de ser bellos y encantadores cantos a ser un insoportable ruido. De hecho, si no le hubiera asignado esa condición de ruido, todavía seria ese hilo interminable de mentiras y frases perfectamente acomodadas. Era bastante repulsivo tenerte al lado sabiendo que me mentías sin parar. Un asco, no existe mejor descripción. Y pensar que yo confiaba en vos… ¡Y pensar que te quería! Una vez más me estás traicionando, una vez más me estoy dando cuenta, y una vez más, con solo sonreírte, crees que te creo. Qué equivocado estás. Más pasos hacia ningún lugar y luego, sentarnos, que típico. Interesante tu monologo, interesantísimo como le gritaste a esa chica, increíble como la mandaste a quien sabe donde. Si, por supuesto, claro que te creo, hoy mismo me enteré de que te estuviste revolcando con ella. Si, puff, muy lejos la habrás mandado. Tan lejos que viene ahora, con un guión preparado, sobreactuando cada movimiento y cada palabra que decía. ¡Mas sonrisas para ella que total hoy no cuestan nada! Discusiones fingidas. Qué aburridos. ¿Qué mal me puede hacer actuar un poco mas fingiendo sorpresa, incomodidad, tristeza y quién sabe cuántas más emociones podré manejar haciéndoles creer que me creo lo que ellos están haciendo enfrente mío? Increíble presentación. Aplausos, por favor. Los tres mentirosos presentes han cumplido su cometido. Se aleja de forma presurosa dejando correr algunas lágrimas. Qué falsa. Volviéndose a mi, él me sonríe. Me acaricia una mejilla y está por besarme, ¡pero no! ¡Claro que no! ¿Qué te hace pensar que te volvería a besar? Por favor, ninguna clase de respeto me tendría. No sé quién te pensás que sos para venir a lanzarte de esa manera como si tuvieras alguna clase de poder sobre mí. ¿Sorpresa? Como digas. ¿Enojo? Qué raro. Una escena más de la que ella ya se hartó. Mientras se prepara para irse, se acomoda la ropa, se levanta de su asiento y corre al espejo. Me mira, me sonríe e ignorando mi desaprobación, corre a verlo. Ama estar entre sus brazos. Aunque no sea la única a quien abraza de esa manera, ni la única a quien besa con esa pasión, ella prefiere creerle. Prefiere salir corriendo entre sus nubes de algodón a sentirse por un momento única. Por supuesto, esa mujer era alguna cualquiera, que suerte que las cosas por fin estén en su lugar.

domingo, 18 de octubre de 2009

Hipócritas

-¡Tanto tiempo sin verte!
Cada día estás peor, suerte que nunca logro soñar contigo de nuevo.
-¡Lo sé! ¡Déjame abrazarte, por favor!
Es simplemente un gesto, los abrazos no me repugnan tanto ya, aunque contigo, el asco está presente.
-¡Por supuesto, querida! ¡Extrañé tanto estar contigo!
Si hay algo que no extrañé es precisamente esto.
-¿Cómo estás, tanto tiempo? ¿Qué fue de tu vida?
Como si me importara, bien podrías haber muerto y no me importaría.
-¡Todo va de maravilla! Mi trabajo, mi esposa, mis hijos, ¡todo!
Supongo que ya te habrás dado cuenta que desde que te fuiste, todo ha ido para bien, ¿verdad?
-¡Me alegra tanto oír eso!
Más me alegraría saber que estás pagando por todo lo que me hiciste. Ay, cuándo te hará pagar el destino.
-¿Y a ti, cómo te esta yendo?
Ja, seguro tu vida es asquerosamente patética como de costumbre.
-¡De maravilla también! Me compré una nueva casa hace un mes y mi esposo y yo recién hemos vuelto de nuestra luna de miel.
¿Ves que puedo existir sin ti? De hecho, el éxito en mi vida llega a existir sólo en tu ausencia.
-Me alegro tanto, ¡de veras!
No te creo, ¿cómo puedes ser feliz después de haberte casado con ese imbécil?
-¡Extrañaba tanto verte!
Estúpida, estúpida, estúpida, ¿cómo voy a decir eso? ¿Qué hago ahora si se lo toma tan en serio como yo lo dije?
-Si, también yo.
Estúpido juego en el que me estoy metiendo…
-Sabes… nadie podría tomar tu lugar.
¡Muy bien! Ahora ya arruinaste todo.
-¿Lo dices en serio?
Cree que puede tomarme por idiota, ver si caigo en sus tontas trampas.
-Por supuesto.
Estoy perdida, ¿qué se supone que estoy haciendo?
-¿Puedo…? ¿Podría…?
¿Cómo voy a hacer esto? No quiero volver a quedar atrapado en ella. Ella sigue siendo tal cual la recuerdo. Tan increíblemente cautivadora.
-¿Si puedes qué?
¿Por qué se acerca de esa manera a mi? No voy a caer en sus juegos de nuevo. Es una criatura tan detestable cuando se lo propone.
-Nada, olvídalo.
Terminemos con esto de una vez, no voy a ponerme en riesgo sólo para una prueba.
-Eres un idiota, tan estúpido como siempre. Nunca crecerás, ¿verdad?
Nunca crecerá pero aun así logre enamorarme de él y no poder olvidarlo.
-Y tú tan tonta como te recuerdo. ¿Quién te crees que eres para decirme inmaduro a mí? Siempre fuiste una chiquilina…
Una chiquilina encantadora, ¿cómo pude alejarme de ti?
-Vete al diablo. Sabía que era un error volver a verte. A ti y a tu estúpida e incorregible actitud.
Claro que fue un error, ahora no voy a poder dejar de pensar en ti.
-Tú vete al diablo, chiquilla tonta, nunca entiendes nada.
Y aun así te quiero. ¿Cómo puedes no darte cuenta de cuánto te quiero?
-¿Por qué no simplemente te mueres?
Sabes que no deseo eso. Sabes que quisiera que vivieras y además, que estuvieras conmigo. No puedo olvidarte. Nunca pude.
-¿Ves? Todavía queriendo ofenderme con idioteces. No tienes caso.
Ojalá nunca cambies, amo cuando haces esta clase de berrinches. Pero odio cuando después de ellos, te alejas de mí.
-Muérete, me marcho.
Otra vez caminando lejos de ti, alejándome del lugar donde quiero estar.
-Púdrete. Ojala nunca volviese a verte.
Sabes que te amo, ¿no es así? No sé por qué siempre nos comportamos como dos idiotas.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Luz

Era yo el único ser en ese puente. O al menos los restos de mi ser que por algún motivo permanecían de pie sobre las oscuras tablas de madera. La luna teñía con una tenue luz plateada el agua del río, como si ella también estuviera taciturna y me acompañara en mi tristeza. Ambas nos desvanecíamos poco a poco y proyectábamos la agonía hacia el mismo lugar.
Me detuve a verla. A pesar de sentir los ojos cansados y a la vez, tenerlos cubiertos con una gruesa capa de lágrimas, logró encantarme de todas maneras y hacerme sonreír. Su luz iluminaba mi piel y la tornaba aún más pálida de lo que ya era. Al sentirme bajo su poder hipnótico, el dolor que sentía en todo mi cuerpo desde hacía horas cesó y empecé a moverme al ritmo de la música que sonaba a mí alrededor. La música que producen las aguas del río en una noche tan oscura y ventosa era mi preferida.
Giraba, volaba, me inclinaba ante la imponencia del cielo nocturno y le agradecía por este momento de felicidad que en cualquier momento terminaría. No se por qué esa felicidad que te invade de la cabeza a los pies es siempre tan fugaz. Tan rápido como llega, se va, pero no por eso deja de ser maravilloso el momento en el que el dolor desaparece. Continué moviendo mi cuerpo y mi ligero vestido de seda blanca al compás del viento y la música de las aguas hasta que de un momento a otro, la etérea música fue interrumpida.
- Lo siento- dijo su voz.
Volvió el dolor. Las millones de puñaladas sobre todo mi cuerpo, la espantosa forma de retorcerse mis órganos como si quisieran encogerse hasta desaparecer, la falta total de aire en mis pulmones, acompañada por mi repentina falta de ganas de respirar. Una voraz ráfaga ardiente me recorrió desde el pecho hasta la garganta asfixiándome, sacándome la fuerza de cada uno de mis músculos y despojándome de mi capacidad de pensar. Me dejé caer en el negro abismo que de un momento a otro absorbió las estrellas, la luna, el puente y el río y que logró que sólo quedara yo en el vacío contemplando la oscuridad que me aturdía despiadadamente. Seguí mirando el desolado paisaje negro en silencio, acostumbrándome al sufrimiento pero a la vez, tratando de luchar contra él.
Esas cosas son instintivas. Seguía sin querer respirar pero mi cuerpo buscaba aire a toda costa. Y de cierta forma, estaba ganando la batalla, aunque yo no colaborara en absoluto. ¡Cuánto pueden diferir la voluntad de mi propio cuerpo y de mi propia alma!
Mi respiración poco a poco se normalizó y todas las cosas, con sus respectivos colores, volvieron a su lugar. El viento frío chocó contra mi cuerpo causándome escalofríos, que resultaron ser bastante agradables, más aún después de haberme sentido comida viva por llamas salidas del mismo infierno hacía instantes.
Me levanté del piso, me peiné rápidamente con los dedos y respiré hondo unas cuantas veces hasta sentirme mejor. Al menos ese terrible shock había logrado cortar mi incesante llanto de hacía horas. Creo que en realidad eso fue lo único bueno de aquella apabullante oscuridad con gusto a fuego y agonía.
Me aterraba volver a pensar en su voz. El shock había sido demasiado grande. Volver a escuchar sus últimas palabras antes de irse con ella, alguien que, como por arte de magia, apareció y como si lo hubiera hechizado, se quedó con el amor de mi vida. Y para peor tuvo el descaro de decirme que lo sentía… como si dos simples palabras pudieran arreglar el dolor de un corazón que acababa de estallar en miles de pedazos. Como si dos palabras pudieran tranquilizarme después de verlos irse juntos y presuntamente enamorados. No tenía sentido y no podía comprender cómo podía tener sentido para él o para cualquier otra persona. Simplemente no me entraba en la cabeza.
Me sequé las lágrimas y volví a pensar la situación lo más fríamente posible. Tratando de reemplazar las imágenes con puras palabras que describieran el escenario y los actores, y las palabras pronunciadas por él, visualizarlas como si sólo fueran líneas escritas en un papel. Era despojar a la escena de cualquier tipo de carga emotiva que pueda hacerme tomar malas decisiones o pensar cosas totalmente ilógicas. Aunque después caí en la cuenta que ilógico era querer pensar al amor de forma lógica.
Traté de recordar cada una de sus palabras y estas seguían sin cobrar ningún sentido. No lo sentía, no estaba pidiendo perdón sinceramente. Las palabras no sirven sin acciones que las apoyen y sirven menos aún cuando no sólo no las apoyan, sino que van totalmente en contra. ¿Acaso caminar alejándose de mí, tomados de la mano, sonrientes, era una forma de demostrar perdón?
Tal vez sólo quisiera irse con ella porque así lo dispuso el destino desde el principio. ¡Qué cruel puede ser el destino! Logró hacerme creer tan bien por tanto tiempo que por fin había llegado a mi lugar. Pero, claro, ahora que pareciera que él llegó al suyo, asumo que yo era la que estaba equivocada. Si el final de mi camino hubiera sido con él, su lugar no sería tan lejos del mío y no me hubiera destruido más y más con cada paso dirigiéndose hacia él.
Tal vez sólo soy yo que no comprendo al destino y que me encapricho en llegar a algún lugar que no estaba hecho para mí. Si tan solo no hubiera mantenido esa creencia por tanto tiempo…
Volvía a estar perdida, sola y con el corazón completamente deshecho, el cual, para aquel momento, ya se había vuelto una especie de masa amorfa que se seguía extinguiendo de a poco. Lentamente. Demostrándome como las esperanzas se consumían y, al mismo tiempo, mi vida. Todo por un estúpido giro del destino…
- ¿Entonces a dónde se supone que tengo que llegar?- pensé.
Otra vez la misma pregunta. Otra noche más sin tener una respuesta.
Me senté en el borde el puente mirando hacia el agua, como si quisiera sumergirme hasta lo más hondo con la mirada. Me tiré y floté mirando hacia el cielo.
La luna había recuperado su luz plateada de siempre aunque esta vez con mucha más luz, como si de una extrema tristeza hubiera pasado a llenarse de júbilo. A su vez, las estrellas también parecían brillar más, incluso parecían alineadas de otra manera, como si yo las hubiera acabado de acomodar. El viento arremolinó el agua entorno mío y la felicidad incontenible e invasiva volvió a recorrerme. Una lluvia plateada en una noche sin nubes empezó a caer y a rodearme.
Fue en ese momento en el cual comprendí todo. Todas las vueltas me habían llevado a ese lugar. A donde quería estar yo realmente. No sólo esta noche, sino para siempre. A donde estaba destinada a estar. A lo que estaba destinada a ser.
Me sumergí lo más profundo que pude y dejé que el agua me llenara. Mis pulmones parecían consumirse entre llamas nuevamente pero esta vez no sentía dolor. Volvieron la asfixia y las puñaladas por doquier mientras mi cuerpo convulsionaba violentamente y sin embargo, me sentía feliz. Por fin había encontrado mi lugar, a donde debía llegar, en el momento preciso en el cual debía llegar. Volviéndome incorpórea, siendo luz y niebla al mismo tiempo. Abandonando mi cuerpo y tomando mi verdadera forma.
¡Cómo pude alguna vez dudar del destino!

jueves, 27 de agosto de 2009

La febril noche de la princesa

Descansa, princesa, sobre la arena
Que el mar te acune y calme tu pena
Que el delirio se ausente un eterno momento
Y que puedas librarte de este tormento

Princesa, dulce princesa
Solías correr por la playa monocroma
Dejabas un camino plateado en la arena
Y perfumabas el aire con tu dulzón aroma.

Abre los ojos de una vez
Date cuenta a donde perteneces
Que los colores son sólo sueños
Y que las rosas aquí no crecen.

No son sólo sueños, yo los he visto
¡Y aunque no quieras aceptarlo, los sigo viendo!

Calma, querida princesa
Haremos que la fiebre sea llevada por el viento.

¿Es que no lo entiendes? Él está conmigo
Su aroma justo ahora me esta envolviendo
Sus ojos se han clavado en los míos
Sus brazos a mi alrededor estoy sintiendo.

Vamos, princesa, tú puedes hacerlo
Deja que los recuerdos queden en el pasado
Que no se puede vivir por siempre
En un sólo instante congelado.

¡No fue un instante, es mi presente!
¿Cómo es que no lo puedes ver?
Está haciéndome feliz como antes
Poniéndole colores a este anochecer.

El último delirio
Su última sonrisa
Y un segundo después
Lo raptó una brisa.

¿Qué ha pasado? ¿Dónde estás?
¿Me has abandonado una vez más?

Pero niña, él nunca ha vuelto
En tus sueños no vivas jamás.
Ven princesa, calma ya
Deja tus recuerdos de una vez en paz.

Sus ojos se llenaron de lágrimas
Al enfrentarse a la realidad.
Dándose cuenta que en verdad
Hace mucho, se marchó su felicidad.

No lo soportó
Su corazón se quebró
Tirada en la arena
La princesa quedó.

En su mundo monocromático,
Sus imaginarios amigos lloran.
¡La vuelta de su princesa
A su grisácea playa imploran!

viernes, 10 de julio de 2009

Trance

Suspiré y me acomodé sobre la hierba. Estaba acostada boca arriba mirando las estrellas y las grises nubes que adornaban el cielo. Podía escuchar la melodía de las aguas del lago, a pocos pasos de mí, moviéndose lentamente a causa de la brisa que soplaba en el lugar y podía sentir el aroma a miel y rosas que me envolvía.
Simplemente me dejé embriagar por la encantadora atmósfera y volví a suspirar.
Esta vez, mis sentidos se habían agudizado y pude sentir una sutil respiración a mi lado y escuchar el hermoso sonido del latir de un corazón.
Giré mi cabeza hacia mi hombro izquierdo y pude verlo. Allí estaba él, acostado a mi lado, con una expresión serena en su rostro. Nos miramos a los ojos y nos congelamos.
La situación tal cual era, era perfecta. Me hubiera quedado toda la eternidad sólo mirándolo y escuchando su respiración y su corazón.
Después de un momento, él levantó su mano y acarició mi mejilla.
- Esta noche te ves más hermosa que nunca- dijo mientras seguía rozando sus dedos contra mi piel. El dulce tono de su voz me hizo sentir inmensamente feliz. Tan feliz como nunca había sido. Ese era el lugar donde quería estar. El lugar donde siempre quise estar y donde quería quedarme para siempre.
Cerré los ojos y sólo me disfruté el frío roce de sus dedos en mi piel y de su encantadora forma de enredar sus dedos entre mis cabellos y jugar con ellos. Con cada vez que él hacía contacto conmigo, las sensaciones que me invadían se volvían más y más intensas. Nunca creí posible estar aún mas enamorada de él, pero evidentemente, había estado equivocada.
- Siempre soñé con esto- dijimos los dos al mismo tiempo.
Sorprendida, abrí los ojos y lo miré demostrando lo poco que comprendía de esa situación. Con una mirada le pedí explicaciones. Eso casi nunca funcionaba porque él casi no me prestaba atención pero esta vez extrañamente funcionó. No me inmiscuí en el asunto, sólo me puse feliz por lo que acababa de pasar.
- Yo sé que no te lo demuestro… pero… realmente te quiero y siempre soñé con este momento perfecto para los dos- dijo con voz tímida, ruborizándose.
Quedé atónita. Todo aquello era tan hermoso. Tan… perfecto. ¿Para qué quería explicaciones? No importaba como había llegado a este punto de felicidad, lo importante era que allí estaba. Siendo feliz con la persona que siempre soñé.
- Te amo- le dije por lo bajo, y bajé la mirada.
Él tomó mi mentón y lo levantó para poder verme. Esbozaba una enorme sonrisa y sus ojos brillaban.
- Yo también te amo. Quedémonos aquí para siempre. Quiero estar contigo viviendo aquí para siempre- me dijo, y luego me besó. El sabor de sus labios era delicioso, mucho más de lo que alguna vez había imaginado. – Te amo- repitió y aferrándose a mí, cerró los ojos. Luego yo me aferré de su cintura y también cerré los míos.
Luego de unos instantes, sentí que me faltaba el aire y que la atmósfera era mucho más pesada. Como si me estuvieran aplastando contra el suelo.
Abrí los ojos. Ya no estaba en aquel paraíso, ahora sólo estaba tirada en el suelo de mi mugrienta habitación viendo el techo despintado sobre mí y escuchando el ruido de muchos autos movilizándose y de bocinas de conductores irritados.
Giré mi cabeza hacia mi hombro izquierdo y pude verlo. Allí estaba él, acostado a mi lado, con una mueca en su rostro. Nos miramos a los ojos y él solo se limitó a parpadear.
-Que poco duró el efecto.-dijo decepcionado- Ya no siento nada.
Se levantó del piso, se sacudió un poco la ropa y se fue. Y mientras, yo esperé, acostada en el mismo lugar, a que el efecto de los químicos en mi cuerpo se desvaneciera por completo.